Me sentía tan única compartiendo aquel cigarrito a pie de sabanas contigo después de, que se me paró la vida cuando supe que no era más que otra en tus tardes de liar. Muerta, y calada de ti hasta los huesos, me acerqué al estanco a por otra cajetilla de humo. Amar Mata, ponía. Y yo me negué a leerlo, como todas las otras primeras veces.