Imagen de Kristijan Antolovic
No, yo hoy no quiero ser cómplice.
Me planto. Me niego en redondo.
Y no es que me rebele, no es que quiera hacerme paladín de una nueva contracausa, no busco un altar, ni un aplauso, ni tan siquiera una silla en tu salón de debates.
Pero es así, y de ninguna otra manera, el hoy de hoy me chirría, me hiere e incluso me insulta.
Lo temo, lo detesto, lo esquivo como puedo, pero algo en mí me tira de la lengua. Y me hace hablar, gritar, protestar. Pocas me entienden, están a otra cosa. Soy el garbanzo negro en este cocido de festividad mal entendida.
No quiero. No, no quiero tu rosa, tu emoticono feliz, tu foto de una top model jugando a ser hembra.
No quiero. No, no quiero tu abrazo virtual, soplar las velas de esa tarta imaginaria, ni acompañarte en tus brincos de anuncio de compresas.
No quiero. No, no quiero exaltar mi femineidad, ni ser más mujer, ni sentir que todas somos una en un día que nos hace más especiales.
Ah, no. Yo no voy más. Paradme ahí la ruleta que estoy hasta el coño de apostar, de esta nueva manera de decir que ser mujer es el no va más.
Aquí hoy se pone una señal bien grande de prohibido el paso, por dignidad, por consecuencia, por respeto.
Por respeto a todas aquellas que todavía no tienen voz y son silencio que se pisa y se denigra.
Por solidaridad con todas las que hoy no ven el día rosa, si no morado a través de un ojo hecho cardenal.
Por consideración a las que luchan todos y cada día de sus días, en lugares donde una voz se juega un tiro.
Por deferencia a esas mujeres, que hace 100 años gritaron al mundo que también eran ciudadanas, reivindicando sus derechos y una vida digna.
Por todas ellas, y por todo eso, yo, hoy que no es hoy, si no cualquier otro día… me niego formar parte de este inmenso anuncio de L’oreal que flota en el ambiente.