domingo, 27 de enero de 2013

Elige: Actriz o Cicatriz.... no quiero, no puedo, no sé.




Tiritas, parches, apósitos, esparadrapos, vendas y vendajes.

Litros de mercromina, de agua oxigenada, de alcohol, de cristalmina, de betadine.

Pomadas caseras de buena voluntad para lamerme las heridas. 

Brebajes de bilis espolvoreados con caramelos de buenas intenciones para asentarme el revuelto estómago.

Ungüentos de oportunidades regaladas para acallar conciencias desconcertadas del puro egoísmo ajeno.

Píldoras intragables del mal propio por no hacerlo ajeno, para sobrellevar lo injusto que emponzoña los adentros.

Placebos, puros, dolorosos e ineficaces placebos.

La herida sangra, el veneno mana, la gangrena cabalga. 

A la espera de que abran las urgencias del valor, antes de que no haya vuelta atrás y sin remedio haya que amputar el alma.

sábado, 19 de enero de 2013

Una vida en cada día de María

Foto de Taylor Marie McCormick



María se abría a sus días mirando al sol y con la cara limpia.


Con el alma tranquila y el corazón nervioso hacía equilibrismos de propósitos en el alféizar de sus pestañas. Subían en suave remolino desde su estómago para hacerse tacto y realidad al asomar en la yema de sus dedos, y mientras, caprichosa,  su mirada, se dedicaba a hacer piruetas cual derviche por toda la estancia. 


Un día la vi tejiendo olas en la cala verde. Melena al viento compitiendo con el sol de la mañana, ensortijándosele entre las agujas de punto, calcetando las horas y alfombrando de  guiños la estampa.


Al día siguiente no estaba. Supe que se había quedado en casa, sola y desnuda revolviendo las sábanas. 
Haciéndose abrazos la cintura, mientras desgranaba duermevelas apasionados y tranquilos arañando el colchón de la cama. 


Hubo días que me la encontré haciendo eternos los momentos más efímeros de la ciudad. De cada instante una historia, de cada historia una estampa; siempre atenta, siempre animada. Sintiendo la brisa salada en su cara, y acariciada su piel por sedas y rasos que hilvanaba en su casa. 

Cuando no la veía, me contaban, que por la escalera del edificio de su casa, campaban a sus anchas vapores a barniz alegre y olores amables a tarta de galletas.  A ella se la oía cantar, a su pasión se la intuía bailar, y a cada sonrisa suya la vivienda se iba haciendo hogar.


María se abría a sus noches mirando a la luna y con el alma limpia. 
Con  la ilusión intacta y el corazón tranquilo, se cobijaba bajo las mantas para dormir al abrigo de sus sueños, que subían en armonioso remolino desde su vientre, para hacerse esbozos de realidad al asomar la mañana siguiente.


* Para María*